Varios profesionales de los diferentes centros y servicios de la Fundación SER acudimos al "Curso sobre diversidad sexual e intervención con la homobitransfobia" incluido en el denominado “Plan de Formación a Formadores”, una iniciativa de la Dirección General de Servicios Sociales que pretende ofrecer información y conocimiento sobre el ámbito LGTB (Lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) a profesionales, con el objeto de apoyar la luchar contra la discriminación por motivos de diversidad sexual.
Las exposiciones estuvieron a cargo de Lola Martín (Socióloga y Sexóloga) Área de Sensibilización, Formación y Estudios del Programa LGTB de la Comunidad de Madrid e Isidro García (Trabajador Social y Sexólogo) Área de Atención Social del Programa LGTB de la Comunidad de Madrid.
El objetivo del curso era poder abordar la homofobia, la bifobia y la transfobia en personas en situación o riesgo de exclusión social.
Las conclusiones a las que llegamos son las siguientes:
La sociedad que nos ha tocado vivir, puede entenderse como una gran obra de teatro, una “performatividad” que establece una conexión obligatoria entre el lenguaje y la acción.
Butler, en la década de los noventa, profundizó en dicho concepto, destacando su importancia en la comprensión del género y el cuerpo. En este sentido, el lenguaje, y en su defecto, las palabras, no son neutras, sino que van adheridas a un valor, una valoración. Por lo que, no se trata de un mero ejercicio de libertad en el que podemos expresar individual y aisladamente nuestra voluntad personal, sino que se trata de acciones repetitivas y reconocidas por la “tradición” y los convencionalismos sociales.
Un proceso de análisis y deconstrucción nos indica que el cuerpo y el género son construidos social y culturalmente. Lo que se pretende con esto, es cuestionar el esencialismo de la identidad. Es decir, cuando categorizamos a los demás de mujer u hombre, ¿Realmente estamos constatando un hecho natural y/o esencial o, por el contrario, estamos asignando un rol social y cultural?
Las acciones son performativas cuando producen generación de realidad por transformación de la misma. Siguiendo esta línea, la suma de acciones corporales posee una gran potencialidad en la producción de acciones colectivas, que favorecerán el cambio de las relaciones sociales y de poder.
Esta obra de teatro, tiene un guion bien definido. Se trata de la heteronormatividad. Término acuñado por Michael Warner, haciendo referencia “al conjunto de las relaciones de poder por medio del cual la sexualidad se normaliza y se reglamenta en nuestra cultura y las relaciones heterosexuales idealizadas se institucionalizan y se equiparan con lo que significa ser humano”. Y al igual que Dorothy, si nos salimos del camino de baldosas amarillas, empezaran los problemas. Es decir, seremos sancionados socialmente. Pero la heteronormatividad, no es solo excluyente y/o prejuiciosa contra la homo, trans o bisexualidad, sino que al tratar de construir una sexualidad idealizada a través de la identificación de un conjunto de normas sociales represivas, también cuestionan la raza, clase, género, prácticas sexuales, etc.
La sexualidad, tal y como la entendemos hoy, no es un producto exclusivo de la LGTBfobia, sino un conjunto de regímenes normalizados que definen y clasifican que tipos de sexualidades son buenas y cuáles no. Es decir, la heteronormatividad consiste en un constructo a través del cual las instituciones fortalecen la idea de que las personas están divididas en dos categorías distintas y, bien definidas. Con en el objeto de encontrar una complementariedad que justifique la ideología.
Por otro lado, podemos entender la orientación sexual como “una atracción constante hacia otra persona en el plano emotivo, romántico, sexual o afectivo (APA)”. Cabe destacar en esta definición que la orientación, no tiene nada que ver con el sexo ni con el género. Simplemente se trata de unas preferencias sexuales hacia otras personas a la hora de relacionarnos. Asimismo, la definición de la APA nos alude implícitamente a una diferenciación entre orientación y comportamiento sexual, lo que hace preguntarnos ¿Todas las personas con las mismas prácticas se identifican de la misma forma? La respuesta es no. Nuestra identificación puede variar a la largo de la vida, se trataría de un continuum.
Desde que nacemos se nos asigna un sexo/género, y en función a esto se nos destina el calor azul o rosa, juguetes o deportes a los que jugar, etc… sin embargo, si nacemos con un sexo “ambiguo” que no entra dentro de los parámetros biomédicos estándar, se recurre a la cirugía u otros tratamientos médicos para hacernos encajar.
Los cuerpos y mentes de las personas trans e intersexuales nos obligan a expandir las fronteras de la dualidad sexual humana, hacia un modelo que abarque los distintos matices que conforman dichas sexualidades. Es decir, las categorías sociales actuales son muy limitadas, y ya no reflejan la realidad, por lo que se hace necesario crear nuevas categorías que eviten la discriminación.
La única conclusión a la que podemos llegar, es que los criterios biológicos para determinar el sexo/género de una persona son inadecuados e incompletos. Ya que sabemos con certeza que no todas las mujeres categorizadas como tal son XX, ni todos los hombres XY. Y no sólo se debe a una cirugía, sino a que miles de personas nacen con muchas formas diferentes de variaciones cromosómicas.
Reconocer la diversidad sexual, y por ende, a personas de sexo/género variado, nos obliga a trastocar las concepciones tradicionalistas sobre el sexo y el género. De esta manera, se crea la necesidad de refundar la sexualidad, en favor de un modelo más integrador y diversificado. Se trata de entender la sexualidad como un continuum de opciones y matices; además, esta visión implicaría la ruptura del esencialismo biológico y su correspondiente representación de género.
Entender la sexualidad como un continuum demanda que los distintos fenómenos sean pensados desde una lógica que se encuentra fuera de la dicotomía hegemónica. Debe analizarse desde un paradigma basado en la complejidad de los propios procesos. Concibiendo dichos procesos como un todo sin principio ni final. Como un continuum.
Llegados a este punto, se hacen precisos los procesos de categorización, que a nivel cognoscitivo afecta a la jerarquización, clasificación, poder y visibilización. Cuando se decide llamar algo de una determinada manera, automáticamente se visibiliza lo nombrado concediéndole la cualidad de “real”, pero no sólo esto, sino que además, automáticamente se excluye todo lo que no engloba dicha categoría, negándole la propia existencia. Por eso se hace tan necesario replantearse las etiquetas hombre/mujer, masculino/femenino, etc. Por ello, desde los distintos colectivos relacionados con la diversidad sexual se pide una etiquetación inclusiva, y no excluyente de los seres humanos, que no se fundamente en elementos de oposición y complementariedad, al mismo tiempo. Se aboga por un modelo basado en la pansexualidad.
También debemos destacar el heterosexismo. Concepto que asume que todas las personas son heterosexuales y que la heterosexualidad es lo deseable, anteponiéndose a cualquier otra opción. Lo cual genera estigmatización y/o negación de todo lo no heterosexual, llegando a justificar la exclusión, discriminación y maltrato a las personas que no se ajustan a la heteronormatividad. Esta actitud, en muchas ocasiones, es interiorizada por la persona (LGTB) provocando la negación de su propia identidad.
Francisco Javier Rodríguez (Educador del Centro Ocupacional Pintor Rosales).